
Hay momentos en los que un simple gesto puede cambiar una vida. A veces no hace falta más que abrir una puerta, mover un cuenco y dejar que un ser pequeño, desconfiado y silencioso te observe desde una esquina. A veces, basta con hacer sitio en casa para que alguien tenga una segunda oportunidad.
Eso es acoger.
La acogida de animales, y en especial de gatos, es una de esas formas de ayuda que no siempre se ve, pero que sostiene todo lo demás. Es un espacio entre el abandono y la familia. Entre la calle y el sofá definitivo. Un lugar seguro donde un gato puede curarse, crecer, adaptarse… esperar sin miedo.
Muchos de los gatos que llegan a una protectora no pueden volver a la calle. Algunos son demasiado pequeños, otros demasiado confiados. Algunos llegan heridos, otros simplemente asustados. Y todos ellos necesitan lo mismo: un lugar donde sentirse seguros. Donde aprender que los ruidos no siempre significan peligro, que las manos pueden acariciar, que la comida llega cada día y que hay una manta que siempre está en el mismo sitio.
La acogida no es solo un gesto altruista. Es una experiencia preciosa, también para quien la ofrece. Porque no se trata solo de cuidar a un gato: es ver cómo se transforma. Cómo deja de esconderse, empieza a jugar, te busca con la mirada, ronronea, se acerca, confía. Y ahí es donde ocurre la magia: cuando entiendes que le has devuelto algo que había perdido.
Sí, llegará el momento de despedirse. Porque no es tu gato para siempre. Es un gato de paso. Pero no uno cualquiera: es el que durmió en tu alfombra, el que se curó en tu cocina, el que te miró con esos ojos enormes mientras aprendía a vivir sin miedo. Dejas ir algo que cuidaste con todo el corazón. Y sí, duele. Pero también emociona. Porque se va a una vida que es posible gracias a ti.
Y cuando te escriben y te cuentan que duerme en el regazo de alguien, que ya no se asusta, que juega, que es feliz… entonces lo sabes, mereció la pena. El tiempo, las preocupaciones, los cuidados.
Acoger es dar sin esperar, y recibir mucho más de lo que se imaginaba.
No todos podemos adoptar, pero muchos podemos acoger. Y quizás ese sea el paso más valiente de todos: abrir tu hogar sabiendo que no se quedará para siempre, pero sí dejará una huella para toda la vida.
Por Cristina Lahoz, voluntaria en la asociación Felinos3C